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Mi patio es tu patio

Cuando pensamos en la idea del patio como área, nos imaginamos un gran jardín para el esparcimiento o una zona central al aire libre que les da vida y ventilación a los espacios. Si bien esta idea es la que concebimos conceptualmente en la arquitectura, la vida cotidiana nos enseña que los cambios de uso, el crecimiento de la ciudad y la evolución de la vida en ella generan transformaciones de la mano de sus protagonistas: los oriundos del lugar



Humberto Pappaterra |Fotografía por Juan Vírgüez


Solo hace falta caminar por el Casco Antiguo de Ciudad de Panamá y ver con ojos de lugareño, sin deslumbrarnos por sus tiendas y restaurantes, para encontrar las riquezas y bondades de la vida de quienes gozan ser residentes atemporales de una casa colonial en metamorfosis.


Son familias en crecimiento que, ante la necesidad de ocupar los espacios interiores con usos privados como dormitorios y cocinas, se ven en la obligación de extender su vida y compartir en las aceras y vialidades dentro de un contexto urbano, cuyo cambio de uso es notable y aún no digerido.


Con ojos de lugareño me fui a pasear por esas calles, conversar con su gente y entender cómo se desarrolla esa vida de patio, más allá de los límites de la casa. Lo que para mí iba a ser una experiencia difícil de lograr, se convirtió en una reafirmación de que nosotros los tropicales somos gente que nos encanta compartir, abrazar y, sobre todo, abrir las puertas de nuestros hogares a quienes llegan con buenas intenciones.


Fue así como en un parpadear me encontré rodeado de niños, quienes, sin pensarlo, me invitaron a jugar mientras sus familiares, apostados en la acera, tomaban su almuerzo. ¡Eso pasó en mi primera parada! El hulahúla, una espontánea birria de fútbol y un conversar fueron las primeras actividades que me atraparon en esa tarde de domingo.


Bastó avanzar calle abajo y escoltado de niños entusiasmados por jugar para entender que tanto el esparcimiento como diferentes quehaceres de la vida cotidiana traspasan los límites de la intimidad de la casa. Tendederos de ropa se vislumbraban como arte de lo ingenuo, adornando desde terrenos baldíos hasta rejas como si fueran coloridos móviles. El saludar de la gente me hizo sentir más y más cómodo a medida que el paseo avanzaba, y fue entonces cuando me encontré con la que parecía la matriarca de este lugar mágico que se abrió ante mis ojos.




La grama espontáneamente se apoderaba de las ruinas de una construcción y la doña en su cómoda silla, custodiando dos enormes piscinas portátiles, me hace un gesto de bienvenida. Interrumpiendo su conversación y, siguiendo rodeado de niños, nos ponemos a cotillar. Solo pasaron minutos para que me invitara a ser parte de esa vida de patio dominguero entre calles y espacios abandonados.


¡Para nadie es un secreto que la temperatura de nuestra ciudad es elevada y tener una piscina en frente es una tentación ineludible! Esta vez fui yo quien, de manera confianzuda, decidió preguntar si podía echarme un chapuzón. Eran sus preciadas piscinas y claramente me comentó que eran solo para adultos. Entonces le pedí que me acompañara; al final del día era ella la amable anfitriona. La zambullida fue imbatible y, en pocos minutos, la piscina de “adultos” se convirtió en un festín de risas de todos los que disfrutábamos de ese patio.


Fue un domingo atípico para mí, pero distintivo para quienes gozan de su vida más allá de las fronteras de su casa. Y es que… ¿quién le pone límites al vivir cuando la convivencia es respetuosa?, ¿quién se puede negar a la evolución de la vida cotidiana y a nuestra alegre cultura tropical?


No sé a quién le pertenecen la acera y la calle, pero entendí, como cuando era pequeño, lo rico que es compartir con los demás, conocer lo desconocido y lo invaluable que es el esparcimiento al aire libre, sobre todo cuando con voz alegre y sonrisas en la cara te dan a entender que “¡mi patio es tu patio!”.


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