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Trópico uno a uno: El bobo y el café

Actualizado: 4 ene 2021

Para muchos, la definición del trópico puede tener solo connotaciones científicas o geográficas; para mí, es un fascinante modo que le da un norte a la existencia y que se asemeja a lo que percibimos con un grano de café, esa fruta dulce que con el pasar del tiempo deja ver su semilla. Luego, se expone al sol para sacar lo mejor de sí. Su intenso aroma y su inigualable sabor se vuelven adictivos, al punto de que no importa si es un robusta, un java, un geisha o cualquier otra variedad, el simple hecho de ser café, ¡lo hace irresistible!


Fotografía por Gustavo Ledezma | @signaturebyledezma | gustavoledezma.com

Estas líneas te pudieran parecer un relato personal pero, la verdad, es que son una analogía entre el trópico y el diseño, protagonizada por El Bobo y el Café


El Café

Es lo que somos: el reflejo de una tierra con condiciones únicas e intensas como el aroma, además de sabrosa como el primer sorbo en la mañana. Un fruto con el poder de enamorar al mundo.


Es la adicción del arraigo con la buena influencia de lo extranjero. No importa si es un italiano en forma de capuccino, si es un colombiano en forma de tintico o su hermano venezolano en forma de guayoyo. No interesa si tiene el sabor cubano de un cortadito, la fuerza de un Irish coffee, un carajillo español o la deliciosa combinación de un café panameño con leche y queso.


Lo significante es que, a la hora de describir lo que somos, volvemos a esa semilla que crece en estas tierras y que recibe la influencia ineludible de otras culturas. Y es que, sencillamente, el café se apropia de la sabiduría de los pueblos y se enriquece en el proceso.



El bobo

Culturalmente llamado así en el ámbito de la arquitectura caraqueña, es una herramienta de diseño compuesta por una mina de grafito muy gruesa junto con un pesado y robusto portaminas, el cual ejerce su peso sobre el papel, y se deja dirigir por la mano del arquitecto.


Su relación con la famosa semilla, a la cual le estamos rindiendo honor, se remonta a los inicios de cualquier diseñador, quien los mantiene juntos en su espacio creativo, primordialmente, para poder quedarse despierto y, luego, para llevar al papel —en líneas casi abstractas— las ideas estimuladas por largas noches de un café.


Su trazo es grueso, de carácter y contundente. Su recorrer por la hoja es suave, pero su huella queda plasmada con fuerza. Y justamente eso de dejar huella es tanto del bobo como del café, sobre todo en el imaginario de los sentidos: en el olfato con olor a lluvia, mañana y papel; en el gusto con sabor a lo nuestro a través de la vista que se aposenta en tramas y tonos sepia; al tacto con calor y texturas; al oído con la música del hervor y el roce del trazado. En fin, en el resultado final: en el trazado de una línea con la ayuda del bobo y un sorbo de café, el cual me ha permitido entender que para diseñar en el trópico hay que vivirlo, sentirlo y, mejor aún… ¡serlo!


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